domingo, 30 de septiembre de 2012


La niña de Guatemala

Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

 ...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

 ...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!

 ...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

 Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!


José Martí

martes, 24 de julio de 2012



"La vida es una obra de teatro que no permite ensayos...Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida... antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos."


Charles Chaplin.


martes, 17 de julio de 2012

Florencio Sanchez.

Para leer otras obras de este autor: http://abajoeltelon.blogspot.com/2007/04/florencio-snchezbarranca-abajo.html

Cédulas de San Juan, Florencio Sanchez.


PERSONAJES

ÑA FELISA
BRAULIA
BEDULIA
ADELA
CANORA
LA COMADRE
UN CHICO
DON JUAN
HILARIO
FORTUNATO
DAVID
MATEO
MÚSICOS, PAISANOS Y PAISANAS



Acto único
(La escena representa un patio de una casa de campo. A la derecha, caserío con tres puertas practicables. A la izquierda, primer término, la cocina. Al fondo, un gran horno campero, debajo de un frondoso ombú. A todo foro el campo.)



BRAULIA, BEDULIA y FELISA
BRAULIA. -¡Pero mamá!... ¡Vaya a vestirse! ¡Aura nomás llega la serenata y la agarran en esa facha!...
FELISA. -(Mirando el horno con la pala en la mano.) ¿No ven, condenadas, que el pastel grande se está achicharrando? Dejame sacarle esas brasas. ¡Qué manera de calentar el horno!... ¡ Es devalde!... ¡Si uno no anda en todo!...
BEDULIA. -(Toma la pala.) ¡Deje, mama!... Yo las saco...
FELISA. -¡Qué has de sacar, vos!... ¡Lárgame la pala!... ¡Lárgala! ¡No ves!.... ¡Mocosa!... ¡Me has hecho encajarle un palaso a la fuente de Fortunato!... ¡Mirá, mirá!... ¡Le hemos rajáo el letrero, qué va a decir mi hijo! ¡Fíjate!... ¡ Ave María!...
BRAULIA. -¡A ver!... ¡ A ver!... (Se aproximan y retroceden sofocadas.) ¡Uy... ¡Quema!...
BEDULIA. -¡Esto es un horno!... (Irónica.) Felisa. ¡Claro!... Creías que era una tapera. (Enérgica.) ¡Ladiate de ahí! ¡Pava!... (Se acerca y retrocede.) ¡Uf !... ¡Todo el amasijo arrebatao!... ¡Ah, David, David!... ¡Siempre has de hacer de las tuyas!... ¿No ven?... ¡ Fíjensen!... Sí ha dejao todo el braserío a un lao... (Llama.) ¡David!... ¡David!...
Dichos; David y Mateo entran por el franqueable, foro, traen al hombro dos o tres tablones.
DAVID. -¿Me llamaba, patrona?
FELISA. -¡Llamaba, patrona!... ¿Esa es la manera de aprontar el horno?... ¡Decí, cachafaz!
DAVID. -¿Y qué tiene el horno?... (A Mateo.) ¡No empujés, bárbaro! (A Felisa.) ¿Está frío?...
FELISA. -¡Has dejao las astillas prendidas!... ¡ Haragán!
DAVID. -¡Fue pa alumbrar!... ¡Como estaba tan oscuro!...
FELISA. -¡Sinvergüenza! ¡Haragán! ¡Me has hecho achicharrar los pasteles!... (Braulia y Bedulia trabajan con la pala.)
MATEO. -Eso sí!... ¡Reteló, doña Felisa!... ¡Por dirse a sacar una lechiguana dejó el horno así!...
FELISA. -¡Te viá a enseñar!... ¡ Ladiao!... ¿Te crees que no sé que me robaste esta madrugada medio queso del zarzo?... ¡ Se lo voy a contar a Juan!... Vas a ver!... ¡Trompudo..!
MATEO. -Es verdad, doña... ¡A mí me costa!... Y después le sacó de la alacena el frasco del aceite de castor!...
DAVID. -¡Pa sentar el pelo!... ¡Como estamos de baile!
FELISA. -¡Está muy cocorito!... Se conoce que has ido a la pulpería. ¡Borracho!
BRAULIA. -¡Ya está, mama!... Vaya a arreglarse...
BEDULIA. -¡Sí; nosotras que estamos vestidas, cuidaremos!
FELISA. -¡Voy, m' hijas!... ¿ Y qué hacen ustedes ¡Preparen esa mesa de una vez!... ¿Me están adorando? ¡Zafaos! A ver, ustedes, ¡tapen el horno!...
MATEO. -(Empujando.) ¡Mariposa! ¡Güey!
DAVID. -¡Ay!... ¡ay!... ¡ay!... ¡me has clavao una astilla! (Intenta soltar las tablas.)
MATEO. -¡No largués, che, no largués!
DAVID. -¡Una madre!... ¡Se me ha enterrao hasta el alma!... ¡abajalas!...
FELISA. -¡Acabarás de una vez!... ¡Ya! ¡Muevansén! ¡ Uff !... Qué yunta de sirvengüenzas!...
BRAULIA. -¡Son unos descaraos!... ¡Llame a tata y verá cómo andan lijero!...
MATEO. -¡Pajarito!... ¡Güey!... (Se apresuran a entrar y dan con los tablones en el marco de la puerta.)
FELISA. -¡No ven!... ¿No ven lo que han hecho por jugar?... ¡Me han destrozao la paré?... ¡Ah!... ¡Cuando venga Juan!...
MATEO. -¡Dentrá, pues!...
DAVID. -Vea, doña; ¡Eso prueba que el reboque no iba a durar!...
FELISA. -¡Atrevido!... (David y Mateo entran riendo a carcajadas.) ¡Me las van a pagar!... (Mirando la pared.) ¡Qué sacabocaos! ¡Bandidos!...¡Uy!... ¡Qué frío!... ¿Dónde está mi pañueleta... ¡Me van a hacer agarrar un pasmo!...
BEDULIA. -¡Aquí está mama!...
FELISA. -(Violenta.) ¡Traé!... (Se dirige a la puerta derecha y la encuentra cerrada.) ¿Quién ha cerrao esa puerta?
BRAULIA. -¡Pero mama! ¡Fortunato se está vistiendo!...¡Usted sabe!
FELISA. -¡El mujerengo!... Precisa una hora... ¡Cómo va a venir la nutria esa; no acaba de ensillarse!... ¡Vamos a ver!.... ¿Ande me visto?... ¡Digan!... ¡Digan, pues!...¿Dónde me lavo?...
BRAULIA. -Vaya a lavarse en la tina de los caballos, mama. Que tiene agua del tiempo, y después...
FELISA. -¡Eso es!... ¡Las comodidades pa los hijos...y la madre, ¡Qué reviente!... A ver... ¡Ande!... ¡alcansemén un paño pa secarme!...
BRAULIA. -¡Quedate vos, Braulia!... ¡Repará el horno! (Mutis Felisa y Braulia. Derecha.)


FORTUNATO y BEDULIA
FORTUNATO. -(Asoma por media hoja de la puerta.) ¡Ya estoy, mama!... ¡Dentre, nomás!... ¡No me falta más que ponerme los botines!... ¿Se jué?...
BEDULIA. -¡ Furiosa!... También, ¡Tenés ancheta, vos! ¡Hace más de una hora que te estás lavando!
FORTUNATO. -¡No, zonza!... ¡Es que estaba arreglando aquello!...
BEDULIA. -¿Las cédulas?...
FORTUNATO. -¡Sí!... ¡Vení!... ¡Mirá!...
BEDULIA. -Yo estoy reparando el horno. ¡Vení vos aquí!...
FORTUNATO. -¡Es que todavía tengo los pies en el agua!...¡No me dentran los botines!... ¡Vení!... ¿Querés?...
BEDULIA. -(Se acerca.) ¡Vaya, aquí estoy!
FORTUNATO. -¿No le has dicho nada a Braulia?...
BEDULIA. -¡Zonzo!... ¿Te crees que soy una lengua larga?...
FORTUNATO. -Aquí está mi cédula... Como vos vas a cantar las de los mozos... Cuando salga el nombre de Adelita, hacé que vas a sacar una de la caja y no sacás nada, ¿Sabés?... Y entonces abrís ésta y leés: «Fortunato González». (Le da la cédula.)
BEDULIA. -Van a decir que es trampa.
FORTUNATO. -¡Que digan!...
BEDULIA. -¿Y las revisastes todas?
FORTUNATO. -¡Toditas!
BEDULIA. -¡Qué amor, hijo!... ¿Encontraste la mía?...
FORTUNATO. -¿La tuya?...
BEDULIA. -¡Sí!... Yo la puse a escondidas de mama... Quisiera salir con... con...
FORTUNATO. -¿Con Arturito?
BEDULIA. -¡No!...
FORTUNATO. -¡Ah!... ¡Ya sé!... ¡Con Manolo!...
BEDULIA. -¡Tampoco!... ¿Adiviná?... Empieza con Q.
FORTUNATO. -¡Cupertino!... ¡Ah, pícara!... ¿Y si yo le cuento a mama?
BEDULIA. -¡Contaseló! ¡Yo descubro la trampa de la cédula!...
FORTUNATO. -¡Miren la pebeta!... ¡Con que esas teníamos!... Bueno. ¿Querés hacerme un ramito?
BEDULIA. -¿Pa ella? Enseguida que venga Braulia... Violeta: modestia. Clavel: pasión, y no hay más flores... Si querés le pongo albahaca...
FORTUNATO. -Eso pa después...
BEDULIA. -¡Si no te corresponde!... ¡Ja!... ¡Jal... ¡Ja!... (Vuelve al horno cantando.) ¡Qué triste es vivir, sin ser correspondido!...


BEDULIA, DAVID y MATEO, que entran canchando
DAVID. -¡Salí, bárbaro!...
MATEO. -¡Atajate ésta! ¡Oigalé!... ¡Esta otra!... ¡Ay mi madre!
DAVID. -¡Mirá que barbijo pa un día de viento!...
MATEO. -(Atajándose.) ¡Las ganas!...
BEDULIA. -¡Miren los haraganes!... ¡Parecen dos cachorros!... ¡Si los ve, tata!...
DAVID. -¡Dispense, patrona!
BEDULIA. -¡Mulato!... ¡Odioso!...
DAVID. -¡Salú, rubia simpática!... ¿Arrancó muchos macachines los otros días con Cupertino?...
MATEO. -¡Oigalé!... ¡Mirenlá!... ¡Ya sabe ponerse colorada!...



Dichos, FELISA, BRAULIA, DON JUAN y una NEGRA
FELISA. -(Sale con las manos mojadas.) ¡Braulia!... ¡Mujer condenada!... ¡Ese paño!... ¡Todos han perdido la cabeza!... ¡Uff! ¡Me van a hacer agarrar una enfermedad!... (Se seca con el delantal.)
BRAULIA. -¡Aquí está, mama! ¡Ay, Dios mío!... ¡Ja! ¡Ja!... ¡Se ha tiznao toda con el delantal... ¡Venga a lavarse otra vez!...
D. JUAN. -¿Qué le pasa, vieja? ¡Caramba!... ¡Ja! ¡Jal ¡Ja!... ¿Anda con la llave de la cocina?
FELISA. -¡Uff!... ¡Mirá Juan!... ¡Hacé el favor de poner un poco de orden en esta casa!... ¡Desde mis hijos hasta los peones, todos andan alborotaos!... ¡Nadie me respeta!... (A Mateo y David.) Ustedes, ¿Qué están haciendo?... Ya, ¡Muevansén!...
DAVID. -¡Necesitamos la llave de la despensa!...
FELISA. -Sí... pa robarme todo, ¿No?...
MATEO. -Tenemos que sacar las cosas pa la mesa...
FELISA. -(Tirando el llavero.) ¡Ahí están! Vos Juan... ¡Quedate pa vigilarlos!... ¡Canora!... ¡Canora!...
NEGRA. -(Asomando por la cocina.) ¿Qué hay patrona?
FELISA. -Les estoy sintiendo el cotorreo, ¿Eh? A ver si me dejan quemar el arroz, ¿No?
NEGRA. -¡Pierda cuidao! (Mutis.)
FELISA. -(A Braulia.) ¡Vamos, m´hija!... (Volviéndose) ¡David!... ¡Tené cuidao, no me vayas a golpear la fuente grande que está rajada!... (Mutis.)


Dichos menos FELISA y BRAULIA. Durante esta escena MATEO y DAVID llevan platos y útiles de mesa
D. JUAN. -¿Usted, m' hijita, está en penitencia?...
BEDULIA. -¡No, señor!... Mama me ha puesto a cuidar los pasteles...
D. JUAN. ¿Será pa que no se escapen del horno?...
BEDULIA. -No, señor; pa que no los roben.
D. JUAN. -Salga de ahí que le puede hacer, daño el calor... Aura nomás empieza la función y me agarran sin perros a mí también...
BEDULIA. -¡Qué sorpresa nos van a dar todos! ¿Verdad? Estoy contenta... ¡Ah!... ¿Sabe que va a venir Adelita Cruz?
D. JUAN. -¡Ah!
BEDULIA. -No me descubra, ¿Eh? Le voy a contar un secreto... Fortunato ha hecho trampa en las cédulas y va a salir con ella...
D. JUAN. -¡Ah, sí!... ¡Mirenló al mosquita muerta!... ¿Entonces son novios?
BEDULIA. -¡Novios, no!... pero se gustan... Además Fortunato me ha dicho que le haga un ramo con significado...
D. JUAN. -Bueno, ¡Y a mí, qué me importa! ¡Vamos, m' hija!... ¡Che Fortunato! ¡Repará el horno vos, para que no se escapen los pasteles!... (Mutis con Bedulia.)



FORTUNATO, DAVID y MATEO
FORTUNATO. -¡Ta bien, tata!... ¡Cha botines baguales! ¡Siempre sucede lo mismo! El año pasao, pal 25 de Mayo, casi, los corto. (Afirma los pies y taconea como para agrandarlos.) ¡Una madre!... ¡Vamos a ver quien puede más!... ¡Eh! ¡Eh!... Fi, fi, ¡Aflojate, duro viejo!...
DAVID. -¡Güé! ¡Fijate, che Mateo! ¡Le balan los terneros!
MATEO. -¡Animales gordos esos!... ¡No caben en el brete!...
DAVID. -¡Parate que te vamos a ayudar!... ¡Mateo!... ¡Metele al caballo por la derecha!... ¡Fuera, terneros viejos!
FORTUNATO. -(Riendo.) ¡Dejelós que ya aflojaron!
David. -¡Animal de pesuña dura, es el peludo! ¡Cha que estás paquete, hermano! ¿Pa quien será tanto lujo?...
MATEO. -¿Pa quien va a ser si no es pa la flor del pago, pues?...
DAVID. -¡Es verdad que viene Adelita! ¡Che, Fortunato!... ¡Andá con cuidao!... ¡Mirá que esas potrancas coscojeras suelen tener muchas mañas!...
FORTUNATO. -¿Pa qué habrá aprendido a domar el hijo de mi madre?...
DAVID. -¡Quien sabe si no es de freno ya, hermano!..
FORTUNATO. -Seguro que no se lo has puesto vos... ¡Mugriento!...
DAVID. -¡Yo no, pero nunca falta un roto pa un descosido!...
FORTUNATO. -¿Qué decís?...
DAVID. -¡No te enojés!... ¡No hay como el amor pa poner a la gente de mal genio!...
FORTUNATO. -Es que hace tiempo que te estás metiendo en asuntos que no te importan, ¿Sabés? ¿Qué tenés que decir de Adela?...
DAVID. -¡Yo nada!... ¡La gente es la que habla! Che, Mateo, andá llevando las cosas... Yo voy en seguida... Bueno, ¿Sabés qué más? Dicen que vos andás sonsiando atrás de esa coqueta que no le tiene ley ni a la familia, y que va hacer con vos lo mismo que con Juan Rodríguez, Alberto Gómez, Sinforoso Calderón y todos esos papanatas que han perdido por ella el poncho, el tiempo y la salú...
FORTUNATO. -No habrá encontrao quien le guste...
DAVID. -¡Ah, sí!... ¿Y vos te pensarás que sos más buen mozo y mejor partido que los otros? ¡Que hasta estancias de tres suertes, le ofrecían! ¡Salí de ay!...
FORTUNATO. -¡El amor no mira pelo ni marca!... Eso probaría que ella no es interesada...
DAVID. -¿Por qué los entretiene y los engolosina a todos seis meses, un año y más? ¡Pa después soplarlos por un cañuto, cuando a veces hasta la ropa tienen pal casorio! Mirá, Fortunato, esa muchacha no tiene corazón, ni alma, ni buenos sentimientos... ni corazón, y, además, ¿Querés que te diga otra cosa?... Anda dando mucho qué hablar por esa amistá que le ha entrao con Hilario Serpa que no le sale de la estancia y a todas partes la acompaña...
FORTUNATO. -¡Qué se va a fijar en ese zaparrastroso!...
DAVID. -¿Y no decís que el amor no mira pelo ni marca?... Güeno, vos harás lo que más te guste. ¡Que de mi parte!... ¡Che, Mateo! (Se va cantando) : «El pañuelo que me diste, lo eché al campo a juntar flores... Conmigo son las promesas y con otros los amores»... i Barajá ese trompo en la uña!...
FORTUNATO. -(Pensativo.) ¡Hum!... ¡Ta bueno!


FORTUNATO y BEDULIA
BEDULIA. -¿A ver si te gusta así?... Clavel, heliotropo.. le puse está hojita de malva. ¡Quiere decir dulzura! ¿Estás contento?
FORTUNATO. -Muy lindo... Gracias, che.
DAVID. -¡Fuera pensamiento!... (A los perros.) ¡Tecla! ¡Capeto! ¡Perros del diablo!... Che Fortunato, ahí llega un coche, el breque de Cruz, parece. ¡A la portera!...
FORTUNATO. -¡Sí, son ellos!... ¡Avisale a rnama y a Braulia! (Mutis.)
BEDULIA. -¡Ay, qué lindo!... ¡Mama!... ¡Las Cruz!... ¡Ya van llegando!... (A la otra puerta.) ¡Tata!... ¡Ya están aquí!... (Aparecen negras y chinos sirvientes por la derecha de la cocina. Los demás personajes van saliendo a medida que lo indica el diálogo.)
FELISA. -(A medio vestir.) ¿Ande están?... ¿Ande están? ¡Qué alegrón! Pero si vienen lejos, todavía... (Por los sirvientes.) ¡Uiii! ¡El negrerío!... ¿Qué hacen ahí? ¿Creen a ustedes la visita?... ¡Ya! ¡Pa la cocina! ¡Qué gente!... ¡Ave María!... ¡Me han dejao el horno solo!... (Lo destapa.) ¡Claro! ¡Arrebato todo el amasijo!... ¡Mateo!... ¡Braulia!... ¡Bedulia!...
BRAULIA. -¿Dónde están?
D. JUAN. -¡Ahí llegan!... ¡Pero atajen esos perros! ¡Capeto!...
FELISA. -¡Andá Juan, y mandame a Mateo pa que venga a sacar las cosas del horno!... (Don Juan y Braulio mutis.)



FELISA, ADELA, HILARIO, JUAN, BRAULIA, FORTUNATO, BEDULIA y MATEO
ADELA. -¡Bravo! ¡Bravo!... ¡Que viva el dueño del santo!...
HILARIO. -¡Viva San Juan!...
JUAN. -¡Gracias! ¡Gracias!
FELISA. -¡Adelita! (Abrazos y besos.)
ADELA. -¡Cuánto gusto!... ¿Cómo está?...¡Siempre trabajando!...
FELISA. -¡Ah!. ¡Es una lidia de nunca acabar!... ¡Mateo! ¡Mateo! ¡Vayan sacando el amasijo del horno!... ¿Y don Francisco?...
ADELA. -¡No pudo venir!... Usted sabe que esa pierna lo tiene muy incomodado.
FELISA. -¡Pobre!
ADELA. -Y para no perder la fiesta, resolvimos dejar a la Tita en casa y venir con Ovidio.
HILARIO. -¡Los demás no seremos gente!...
ADELA. -¡Ave María, Hilarío, qué delicado! Vean: ¡Vine también con Hilario!... ¡Con el gran Hilario!...
BRAULIA. -¡Ah!... Hilario es infaltable. No habría reunión entretenida sin él...
HILARIO. -¡Como no hay buen circo sin payaso!...
FELISA. -¡Jesús! ¡No tanto!...
HILARIO. -¡Eso dice Adela!...
ADELA. -¡Callesé! ¡Intrigante!... ¡Mentiroso!. Fortunato, digo Hilario. ¡Pero Jesús, qué cabeza la mía!... ¿quiere traerme un paquetito que he dejado en el breque? (Fortunato e Hilario vanse corriendo.)
BRAULIA. -¿Qué se te olvidó?...
ADELA. -¡Ya verán!... ¡Una cosa!... (Viendo a Fortunato que llega con lo pedido, y a Hilario.) Aquí está, gracias... a los dos.
FORTUNATO. -Por servir a mi reina.
HILARIO. -Pero que conste que me lo ha pedido...
ADELA. -Bueno; supongo que no pelearán. Don Juan, esto es, para usted. (Hilario y Fortunato hablan en voz baja.)
D. JUAN. -Hijita, ¿Para qué te has incomodao?
BEDULIA. -¡A ver!... ¡Que lo abra!... ¡Que lo abra!.
BRAULIA. -¡Yo!... ¡Yo!... ¡Yo!... (Toma el paquete.)
FELISA. -¡Jesús, qué novelería!... ¡Traelo, Juan!...¡Uii! ¡Qué bonitos! ¡Ni orgulloso se va a poner mi viejo!...
BRAULIA. -¡Qué lindas las zapatillas!
D. JUAN. (Toma las manos de Adela.) ¡Bordadas por estas manitas!... (La besa.) ¡Gracias!... ¡Gracias!...
ADELA. -¡Que los cumpla muy felices!...
FORTUNATO. -¡Te lo alvierto nomás!... ¡No te me pongás por delante porque te va a ir mal!...
HILARIO. -¡No seas pavo!... ¡Hace el favor! ¡Viá a arreglar eso!... Verás. ¡Adelita!... ¡Señorita Braulia!...¡Vengan!...
ADELA. -¿De qué se trata? (Se acercan todos.)
HILARIO. -Perdonen los casados... Es cuestión de amores...
ADELA. -¡Debe ser una locura de Hilario!. ¡Si ellos se van, no lo escucho!...
HILARIO. -Bueno; tal vez sea mejor. ¡Señor don Juan, aquí le presento otro regalo!... (Toma a Adela por un brazo.) ¡Una nuera de mi flor!
D. JUAN. -¡Caramba!...
ADELA. -(Severa.) ¡Hilario!...
FELISA. -¡Qué sorpresa!...
HILARIO. -¡Yo soy así! Las cosas derechas, y... ¿Le gusta el regalo, viejo?...
D. JUAN. -¿No me ha de gustar?... ¡Vení acá, Fortunato!... ¡Mirenló todo boliao!... (A Adela.) Ya sabía yo algo, m' hija. (Fortunato se acerca tímido.) ¡Sé, que ese ramo era pa ella!... ¡Déselo, pues!...
FORTUNATO. -¡Sírvase, Adelita!
ADELA. -¡Este... bueno!... Lo acepto por venir de sus manos... pero... francamente... este Hilario tiene unas cosas... no sé cómo decirlo... esto es un compromiso y...
HILARIO. -(Medio irónico.) Bueno, bueno. ¡Qué tienen que hablarse primero!... Tiempo les va a sobrar luego en el baile.
D. JUAN. -¡Está claro!...
HILARIO. -Se declaran y pronto tendremos fiesta en la estancia de la novia. ¡Viva la patria! ¡Vivan los novios!... ¡Viva San Juan!... (Anochece.)


Dichos y DAVID
DAVID. -(Con una pala y sobre ella una fuente con el pastel.) Señorita Adela... ¿A qué no sabe pa quién es esto?...
ADELA. -¡Ay! ¡Qué rico!...
DAVID. -¿Eh?... ¡Y no le digo nada el bordadito!....
ADELA. -¡Qué bien!... ¿A ver qué dice? (Lee): «Adela Cruz»... ¡Y un corazón abajo!...
DAVID. -¡Mirelés las caras a todos pa saber quién lo ha hecho!...
ADELA -.¡Oh! ¡Esto es un obsequio de Fortunato!...¡Le agradezco el recuerdo! ¡Muy bonito!...
HILARIO. -(Se acerca.) ¡A ver!... ¿Puedo verlo yo también? (Toma la fuente.) ¡Qué boni...! ¡Arre! ¡Que me quemé!... (Deja caer la fuente.) ¡Santo Dios!...
ADELA. -¡Hilario!...
HILARIO. -(A Fortunato.) ¡Perdoná, hermano!... ¡No lo hice queriendo!... (Le muestra las manos.) Mirá. (Aparte y con rabia.) ¡Estoy achicharrao!...
FELISA. -¡Dios mío!... ¡Con estas charlas!... Está anocheciendo y... Juan, mirá si está pronto el comedor... Yo voy a la cocina. (A David y Mateo que están en el horno.) ¡Zanguangos!.. ¿No han acabao?...
VOCES. -(Dentro.) ¡Ahí están!... ¡Ahí llegan!... ¡La serenata!... (Corren todos al foro.)
D. JUAN. -¡Pero sujeten esos perros!... ¡Matenlós!... ¡Tecla! ¡Capeto! ¡Canario!... (Váse silbando a los perros. Durante este mutis se oye que van llegando los músicos, gritos, tiros, ladridos y silbidos hasta que se oye claramente los gritos de:) ¡Viva San Juan!... ¡Viva el dueño del santo!... ¡Viva don Juan González!...
(Cuadro pintoresco a piachere. Las mujeres con sombreros raros, lo mismo el vestido. Los hombres, de pantalón, pañuelo y poncho el que tenga. Saludos, vivas, etc.., a DON JUAN. Besuqueos entre las mujeres. Voces que gritan: ¡Música!...

SERENATA
Apenas se siente
Monótono ruido
Aún duerme en su nido
El pardo zorzal.
Y oculta en su esmalte
La verde pradera
Qué plácida espera
Su luz matinal (Bis.)
Escuche don Juan
Esta serenata
Qu' en la vida ingrata
Algo hay que gozar.
Y hoy que es su santo
Viva la alegría
Que viva este día
Que viva don Juan.
(¡Música!... Marcha de acordeones y guitarras. D. JUAN en el umbral de la puerta. Anochece por completo. Luz en la cocina y habitaciones. Mientras tanto HILARIO atrae hacia el pequeño jardín a ADELA).
HILARIO. -No te me vas a perder sin que te hable.
ADELA. -¡Hilario, por Dios!...
HILARIO. -¡Dame ese ramo! (Se lo arranca del pecho.)
D. JUAN. -¡Gracias!... ¡Muchas gracias!...
FELISA. -Bueno.... ¡Vayan pasando! ¡Adelante!... Fortunato: ¡Atendé a la gente, pues!...



HILARIO y ADELA
HILARIO. -Decime... ¿Qué pensás hacer conmigo?
ADELA, -¿Y vos?...
HILARO. -Lo que debo, lo que tengo que hacer. ¡O nos entendemos esta misma noche o temprano se acaba el baile!
ADELA. -¡Hilario! ¿Te has vuelto loco?... Vos lo sabés... ¡Yo no quería venir!...
HILARIO. -¡Sí, loco! ¡Te hice venir porque estoy reventando de celos, de pena, de desesperación!... ¡Y para obligarte a descubrirlo todo!... i Sé que ya no me querés, que estás encalabrinada con ese... papanata!...
ADELA. -¡No, por Dios!... ¿Por qué sos malo? ¡Si te quiero!..
HILARIO. -¡Nunca me has tenido más ley que a los guachos y a los charabones que criás en tu casa pa divertirte!...
ADELA. -¡Hilario!...
HILARIO. -¿Por qué no nos casamos, entonces?... ¡Decí! ¿Por qué? (Le toma un brazo.) ¿Por qué?... ¿Por qué tenés vergüenza de mí?... ¿Por qué la flor del pago no puede casarse con el más pobre de los gauchos? ¡Orgullosa!... ¡Coqueta!...
ADELA. -¡Chist!... ¡Callate, por Dios! ¡Nos van a oír!...
HILARIO. -¡Qué miedo tenés! ¡Voy a gritar! ¡Or...gu... llo…
ADELA. -(Le tapa la boca.) ¡No!... ¡Escuchame!... ¡Vos no tenés nada!...
HILARIO. -¡Tengo estas espaldas pa trabajar!... ¡Tengo!...
ADELA. -¡Psss!


Dichos y BRAULIA
BRAULIA. -(Sale.) ¡Qué obscuridad!... ¡Adelita!...
ADELA. -(Disimulando.) ¡Ja... ja... ja... ! ¡Qué gracioso!
BRAULIA. -¿Dónde estabas?...
ADELA. -¡En la cocina!... ¡Hilario nos estaba contando un cuento de las Rodríguez tan gracioso!... Imagínate que...
HILARO. -¡Venga, Adela; oiga el final!...
BRAULIA. -¡Oh!... ¡Yo también quiero oírlo!... (Aparece Fortunato y queda en suspenso a pocos pasos del grupo.)
HILARIO. -Bueno... y después el mozo le dijo a ella (Sentencioso): ¡Hacés lo que te he dicho o esta noche... o esta noche, se descubre todo!...
ADELA. -¡Ja... ja... ja...! ¡Qué gracioso!...



Dichos y FELISA
FELISA. -(Saliendo con sillas.) ¡A ver muchachos!...ustedes son los más interesaos!... ¡Ayudemén!... ¡Que va a empezar el baile! (Van saliendo con sillas y colocándolas a lo largo de la pared. Bedulia sale con unas cajas.)
BEDULIA. -¡Aquí está la caja de las cédulas!... (Entran hombres y mujeres.)
NICANORA. - ¡Venga aquí m' hijito!... No se vaya a dormir, ¿Eh?
CHICO. -¡Yo quiero ir a jugar!...
NICANORA. -¡Después!... ¡Después!... Ahora van a sacar las cédulas.
FORTUNATA. -(A Adela.) -¿Está dispuesta a escucharme?...
ADELA. -Sí... si me promete no ser tan cargoso!...
HILARIO. -¡Adelita!... ¡Escuche!... Dice Braulia...
ADELA. -¡Espere!... Estoy muy ocupada.
HILARIO. -¡Ah, sí!... ¿Empieza ya la temporada?
FORTUNATO. -¡Sí!... Empezamos ya a querernos.
HILARIO. -¡Oh!... ¿No te decía yo?... ¡Bravo!... ¡Viva la patria!.. ¿Y las cédulas? ¡Caramba! ¿Ya están sacando?
ADELA. -¡Caramba que es porfiado! ¡No tengo nada con él!... ¡Hilario es un buen amiguito y nada más! ¿Cómo cree que yo voy a fíjarme en eso!...
FORTUNATO. -¿Y entonces?...
ADELA. -Tenga paciencia; ya le contestaré.
FORTUNATO. -¡Una esperanza, siquiera! ¡Un tantito así de ilusión!... (Carcajadas en el grupo.)
VOCES. -¡Que siga! ¡Que siga!...
FORTUNATO. -¿Puedo esperar?...
NICANORA. (Levantando al chico que se cae dormido.) ¡Vamos no sea así!... ¡Levantesé!... ¡Parece mentira!... ¡Aura vamos a tomar chicolate!
FELISA. -¿Por qué no lo acuesta, misia Nicanora? (Le toma el chico.) ¿Quere acostarse? (A los de las cédulas.) ¡No canten, todavía! ¡Venga, hijito!... ¡U... upa!... ¡Qué pesao!... (Mirando en derredor.) ¡Fortunato!... ¡Llévate a este chico a dormir!... ¡Andá, pues!...
FORTUNATO. -(Gesto de impaciencia.) ¿Sí?... ¿Luego? ¿Me contesta luego?... ¿Sí?...
ADELA. -¡Por Dios!... ¡Qué cargoso!... Pues... ¡No!
FELISA. -¡Pero Fortunato!... ¡Qué charla!... ¡Vení, pues!... (Fortunato alza el chico.) Llevalo al cuarto de los huépedes y acostalo en la cama grande con Juan.
HILARIO. -El que se fue a Sevilla perdió su silla.
NICANORA. -¡Ah!... ¿Está acostado ya don Juan?
FELISA. -¿Ese?... ¡Uff! ¡No puede perder la costumbre! ¡Mi marido, misia Nicanora, es como los güelles: en cuanto come, tiene que echarse pa hacer la digestión!... ¡Bendito sea Dios! ¡Yo le decía que era un desaire a ustedes; pero todo fue devalde!...
NICANORA. -¡Vea!... ¡Mi esposo es igual!... Las otras noches...
VOCES. -Bueno, pues: ¡sigan las cédulas!...
DAVID. -Vamos a ver quién es ésta. ¡La fresca, que está pegada! (Desdobla.)
ADELA. -¿A qué venís?. ¡Por Dios, Hilario!... ¡No hagás esas cosas!... ¡Te lo pido por lo que más quieras.!...¡Por nuestro amor!... ¡Te lo prometo todo!... (Hilarlo, durante la súplica, se frota las manos y silba.)
CANTOR 1º -Aquí está... señorita Aurora Sosa...
BEDULIA. -Con... Lindor Suárez... (Aplausos y bravos.)
CANTOR 1º. -¡Los versos!
CABALLERO
Si quieres que tenga ratos
de verdadera dulzura,
dejame pasar la noche
contemplando tu hermosura.
SEÑORITA
Caballero más amable
pienso que tal vez no exista,
pero de verme tan linda
debe ser corto de vista. (Aplausos.)
CANTOR 1º -(A una dama.) Conserve, señorita, este recuerdo.
ADELA. -¿Por qué esta noche?... Más bien mañana se lo decimos a tata...
HILARIO. -Porque quiero matarte ese orgullo... Bastante me has hecho sufrir pa que no te castigue. Esta noche, pues, la temporada será conmigo... pal primer pericón.
ADELA. - No puede ser... se lo prometí a Fortunato...
HILARIO. -¡Discúlpate con él... pretextos no te faltan! (Se acerca a Fortunato.) Hermano, el que fue a Sevilla...
FORTUNATO. -¡Y el que fue y volvió, al otro se la quitó!
HILARIO. -¡No te aflijás!... Te víá a dejar el campo; pero antes debemos aclarar una cosa. He invitado a Adela pa bailar el primer pericón.
FORTUNATO. -Y ella te habrá dicho que está comprometida conmigo...
HILARIO. -¡Lo estaba antes conmigo!...
FORTUNATO. - No puede ser... En fin, ella lo dirá... Adela, ¿con quién va usted a bailar?
HILARLO. -(Ansia.) ¿Con quién?...
ADELA. -(De pie.) Este... con usted, Fortunato.
FORTUNATO. -¿Lo has visto?
HILARIO. -¡Ella es muy dueña!... ¡Qué diablos!...¡Viva la patria!... ¡Bravo!... ¡Bravo!... Van ustedes a bailar un pericón...
FORTUNATO. -¿Qué querés decir vos?...
HILARIO. -¿Yo?... ¡Nada! ¡Ja... ja... ja!...
VOCES. -¡Adela!... ¡Adela!. ¡Te tocó a vos!...
HILARIO -¿Ah, sí!...
FORTUNATO. -¡Veremos con quién sale!... ¿El brazo, Adelita?... ¡Bedulia!... ¡A ver si tenés buena mano!...
HILARIO. -¡Dispensenmé, pero esa cédula la saco yo!... Dicen que tengo buena suerte y quiero dársela toda a la flor del pago... (Toma la caja de las cédulas.) ¡Fijensén bien!... ¡Bien revueltas!... (Agita la caja.) ¡No tengo nada en las manos!... ¡Saco de arribita!... Esta... (Ansiedad.) ¡Hilario Serpa... (Aplausos.)
ADELA. -¡El destino!... ¡Dios, Dios!...
FORTUNATO. -(Pega en la caja un golpe.) ¡Eso es trampa!... (Caen las cédulas. Hilario se abalanza. Adela se interpone.
HILARIO. -(Con desprecio.) ¡Bobo!. ¡Desgraciao!...
FELISA. -¿Por qué has hecho eso, Fortunato?
FORTUNATO. -¡No sé, mama!... (Va hacia Adela que se ha sentado en un rincón con la cabeza oculta entre las manos.) ¿Qué tiene, Adelita?... ¿Qué es eso?...
FELISA. -¿Ves lo que has hecho?... ¿Qué le pasa, m' hijita?...
HILARIO. -Un ataque de romanticismo, ha de ser. (La gente comenta en grupos.)
ADELA. -¡Nada!... ¡Ya pasó!. ¡Qué malo, Fortunato!... ¡Me ha dado un susto!...
FELISA. -¡Ah, bueno!... ¿Ya pasó?... ¡Pero cómo hemos quedao todos!... ¡Vaya!... ¡A bailar!... ¿Dónde está el acordionista? ¡Fortunato, llámalo pa que toque la acordiona!...
VOCES. -¡Eso es!. ¡Música!... ¡Música!... (Vase Fortunato.)
HILARIO. -¿Estás empacada, todavía?
ADELA. -(Llorosa.) ¡Pero, por Dios!... ¿Qué debo hacer?... ¡No seas malo!...
HILARIO. -Bailá conmigo... El pericón...
ADELA. -¡No!... ¡El pericón, no! ¡No es posible!...
HILARIO. -¡Enfermate, entonces, y no bailés con nadie!...
ADELA. -¡Qué diría la gente! ¡Es una vergüenza!... (Se oyen voces del chico. Corren todos al foro. Aparecen las chinas, y David con el chico al hombro.)
Voces. -¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?...
DAVID. -Nada!... ¡Que el borrego este ha voltiao la olla del chicolate!... (Sensación general.)
NICANORA. -¡Ah!... ¡Hijito mío!... ¿Se ha quemao?
DAVID. -¡No, señora! ¡Por desgracia no se ha hecho nada!... ¡Vea, ña Felisa!... ¡Tuíto el chicolate disparramao! (Nicanora revisa al chico.)
FELISA. -Ave María! ¡Qué desgracia! Y ustedes, zanguangos, ¿por qué lo dejaron arrimarse al fogón?
DAVID. -¡Eso es! ¡Ahora la vamos a pagar todos por ese mocoso mal enseñao!...
NICANORA. -¡Mal enseñao, no, porque tiene madre que lo castigue!, ¿sabe?
DAVID. -¡Ni una gota de chicolate nos ha dejao!...

Dichos y DON JUAN
D. JUAN. -¿Qué ha pasao?
FELISA. -¡Qué va a pasar! ¡Que el chico de mi comadre se ha voltiao la olla del chicolate!...
D. JUAN. -¡Gurí travieso!... ¡Apenitas lo había dejao Fortunato en mi cama, se levantó y agarró pal patio!...
FELISA. -¿Y vos por qué lo dejaste salir ¡Si vos no tuvieras esa pachorra!
D. JUAN. -¡Caramba, no te enojés!... ¡Vaya uno a saber lo que se le había antojao al muchacho!...
FELISA. -¡Salí de ahí!... (A las chinas.) ¡A ver, Canora!... ¡Emiliana!... ¡Vayan a moler un poco de café!... ¡Qué lástima!... ¡Tan rico que me iba saliendo el chicolate! Por culpa tuya!...
D. JUAN. -¡No se aflija, vieja!... La gente sabrá disculpar... ¿Pero no siguen las cédulas?...
FORTUNATO. -Se acabaron, tata.
D. JUAN. ¡Bueno, a bailar, entonces!... (Nicanora sienta al chico a su lado. Entra David tocando el acordeón. Se forman parejas.)
FORTUNATO. -(Invitando.) ¿Adelita?... (Esta vacila y le toma el brazo.)
HILARIO. -(Aplaudiendo.) ¡Bravo! ¡Bravo!... ¡Viva la patria!... (Las parejas circulan mientras preludia el acordeón. Una se para delante de Hilario.)
UNA. -¿Usted no baila, Hilario?...
HILARIO. - ¡Me gusta mirar!... Además... quien va a bailar con este pobre gaucho zaparrastroso.
UNA. -(Yéndose.) ¡Ave María!...
HILARIO. -¡Una madre!... (Se mete los puños en los ojos.) ¡No me dan ganas de llorar!
FELISA. -(A los tirones con Juan.) ¡Pero Juan! ¿Estás loco?... ¡No quiero bailar!...
D. JUAN. -¡Vamos, vieja! ¡Este periconcito, nomás!... Pa acordarnos de nuestros tiempos.
VOCES. -¡Sí... sí, que baile!...
DAVID. -¡Baile, doña Felisa! ¡Le va a hacer bien pal reumatismo! ¡Se ablandan las tabas!
FELISA. -(Acepta.) ¡Pero qué disparate!... ¡Qué va a pensar la gente!...
D. JUAN. -¡Cuando menos que somos novios!... ¡A ver, muchachos, ese pericón! ¡Una madre!... ¡Si me parece que tengo 30 años menos!
(Baile.)
D. JUAN. -¡Sí ya no me acuerdo!... ¡Era como luz pa improvisar antes! ¡Espérate un poco!... (Se compone el pecho.)
FELISA. -¡A ver si no salís con ninguna zafaduría!...
D. JUAN. -Perdé cuidao, vieja. ¡De los 60 pa' arriba, no hay hombre que no sea un santo!... ¡Aguardá un poco!... Éste: «Una mañana en el monte nos encontramos los dos...
FELISA. -¡No, eso no!... ¡Sinvergüenza!
D. JUAN. -Era pa asustarte, nomás. Güeno...
«No porque yo sea viejo
te pongas haciendo cruces
si entuavía tiene juerzas
ño Juan en los caracuces.»
VOCES. -¡Oigalé!... ¡Muy bien! ¡Que le retruque, ña Felisa!
FELISA. -¿Acaso soy manca?...
«Mire viejo que se pasa
y ya se cae de maduro,
metasé con... su madrina
o en la cueva de un peludo.»
FORTUNATO. -En el ramo que te di
iba la flor de mi amor,
¿qué has hecho, Adela, del ramo?
¿dónde está mi linda flor?
VOCES. -¡Oigalé cómo improvisa!...
HILARIO. -(Entra por el foro y se mete en la rueda.) Adelita, yo la desempeño...
FORTUNATO. -¡No permito!...
ADELA. -¡No, Hilario!... ¡No, por favor!...
HILARIO. -¡Caramba!... ¡Parece que fuera a decir algo malo!... Que lo diga el público: ¿quieren que la desempeñe a Adelita?
VOCES. -¡Sí! ¡No! ¡Sí!
HILARIO. -¡Bobo!... Si sos hombre, escuchá:
«Como el pastel que me hiciste
cayó al suelo y se rompió;
el ramo que me ofreciste...
¡qué querés! (huele el ramo) se me perdió.»
(Fortunato se avalanza y casi luchando van hacia afuera. Tumulto.)
FELISA. -¡Mi hijo!... ¡Hijo querido!...
DAVID. -¡Son cosas de hombres, señora!
FELISA. -¡Fortunato!... ¡Hijo querido!...(Pausa. Adela solloza en un rincón.)
VOCES. -¡Abran!.. ¡Abran!... ¡Un herido!... (Felisa escapa dando gritos. Aparece Hilario con una herida visible, sostenido por dos.)
HILARIO. -¡Me pegó bien!... ¡Qué diablos!...
ADELA. -(Al oír la voz de Hilario da un grito y corre hacia él.) ¡Hilario!... ¡Hilario querido!... ¡Me lo han matao, madre santa!... ¡Me han matao a mi hombre!... ¡Sí... sí!... ¡Sepanló todos!... ¡Mi cariño!... ¡Mi amor!... ¡Mi todo!... (Estupor general. Se echa a sus pies y le abraza.)
HILARIO. -(Dándole con el pie.) ¡A buena hora!... ¡A buena hora!... ¡Orgullosa!... ¡Coqueta!... ¡A buena hora!...
TELÓN

Teatro, Florencio Sanchez.

Para leer información sobre este autor y sobre el teatro uruguayo, les recomiendo el siguiente trabajo:


http://www.periodicas.edu.uy/Capitulo_Oriental/pdfs/Capitulo_oriental_15.pdf

Trabajo de intertextualidad.

Poema "La ruptura" de Delmira Agustini:

Érase una cadena fuerte como un destino,
Sacra como una vida, sensible como un alma;
La corté con un lirio y sigo mi camino
Con la frialdad magnífica de la Muerte... Con calma

Curiosidad mi espíritu se asoma a su laguna
Interior, y el cristal de las aguas dormidas,
Refleja un dios o un monstruo, enmascarado en una
Esfinje tenebrosa suspensa de otras vidas.


Tema musical: "No me queda más tiempo", de Ruben Rada.

Hoy voy a dar, un paso atrás
Para dejar que vivas tu realidad.
Y quiero ser un cero al as, 
Como si no existiera 
Mi dignidad.
Voy a callar, voy a negarte 
Voy a ocultarme en mi dolor.
Si te hace bien, puedo intentar 
Ser invisible un tiempo 
Para ayudar.
Porque para tu amor 
No me queda más tiempo 
Se lo llevó el viento 
Junto con mi aliento. 
Para tu amor 
No me queda más tiempo 
Se lo llevó el viento 
Junto con mi aliento. 
La lala lala... 
Te regalo esta melodía 
Para que recuerdes que te quiero de verdad. 
Si te hace bien
Puedo intentar 
Ser invisible un tiempo 
Para ayudar.
Ya comprendí, todo está mal, 
Y que de aquellos besos 
No tendré más. 

Enlace para escuchar la canción en vivo: http://www.youtube.com/watch?v=98t1rRry-dk

Lo inefable, Delmira Agustini.


Yo muero extrañamente…No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida…
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?…
Cumbre de los Martirios!… Llevar eternamente,
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz!…
Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable!… Ah, más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!

Explosión, Delmira Agustini.


¡Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.
Mi corazón moría triste y lento…
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!
Hoy partió hacia la noche, triste, fría…
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe…
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

Amor, Delmira Agustini.



       Lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
Era un amor desbordado de locura y de fuego,
Rodando por la vida como en eterno riego.



       Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
que dobla ante la noche su cabeza de fuego:
despues rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
sonaba sus cristales el alma de la fuente.



       Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente y triste,
que todas las tinieblass y todo el iris viste,
que frágil como un ídolo y eterno como un Dios



       Sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
en una flor de fuego deshojada por dos...

Vida y obra de Delmira Agustini.

Para leer información sobre la vida y la obra de Delmira les recomiendo las siguientes páginas:

La gallina degollada, Horacio Quiroga.


Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que...?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.
—¿Qué no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir...
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste?...
—¡Nada!
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.