domingo, 27 de mayo de 2012

A la deriva. Horacio Quiroga


El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.
¿Qué sería? Y la respiración...
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves...
Y cesó de respirar.
FIN

Vida y obra de Horacio Quiroga.

Sigue el siguiente enlace:
http://www.periodicas.edu.uy/Capitulo_Oriental/pdfs/Capitulo_Oriental_27.pdf

El Uruguay en el 900.


Contexto Histórico y político.

                José Pablo Torcuato Batlle y Ordóñez nació el 21 de mayo de 1856, en Montevideo. Desde el 15 de febrero hasta el 1 de marzo de 1899, ejerció en funciones la presidencia de la República Oriental del Uruguay (dada su calidad de presidente del Senado), en tanto tenían lugar las elecciones presidenciales en las que venció el colorado Juan Lindolfo Cuestas, quien venía asimismo ejerciendo provisionalmente la jefatura del Estado desde 1897.
                El 1 de marzo de 1903, tras resultar elegido presidente de la República, sucedió a Cuestas al frente del país. Como jefe del poder ejecutivo, consolidó la unidad nacional al poner fin a las diversas rebeliones departamentales (especialmente, la del caudillo blanco Aparicio Saravia, fallecido en septiembre de 1904 durante la guerra civil que había enfrentado desde nueve meses antes a colorados y blancos); estableció la indemnización laboral; consiguió promulgar, en 1907, la primera ley de divorcio de Latinoamérica, que reconocía los derechos de las mujeres; y también creó institutos de enseñanza media en todas las capitales de provincia. Asimismo, durante su presidencia, se constituyeron empresas públicas que, al proporcionar servicios más baratos, supusieron una gran competencia para las privadas.
                Al finalizar su mandato en 1907, y ser sucedido por el también colorado y ex ministro suyo Claudio Williman, se trasladó a Europa, permaneciendo en el viejo continente desde ese año hasta 1910. En ese tiempo, representó a su país en la segunda de las Conferencias de La Haya.
                Tras ser elegido otra vez presidente de la República, el 1 de marzo de 1911 comenzó su nuevo mandato. Durante el mismo, fijó la jornada laboral en ocho horas y sentó las bases para la futura reforma constitucional que debía establecer un Consejo Nacional de Administración de carácter federal, basado en el modelo suizo, con un cuerpo ejecutivo en el que el poder sería ejercido por el presidente (elegido ya de forma directa por los ciudadanos) y por otros nueve consejeros. Su influencia política no declinó al cesar en la presidencia el 1 de marzo de 1915, de lo que da testimonio el hecho de que la Constitución aprobada en 1917 recogiera buena parte de su proyecto de reforma constitucional.
                El batllismo, la corriente política que lleva su nombre, tuvo desde entonces un amplio seguimiento en Uruguay. De hecho, varios miembros de su familia volverían a desempeñar la más alta magistratura uruguaya: su sobrino Luis Batlle Berres presidiría en dos ocasiones la República (desde 1947 hasta 1951 y entre 1955 y 1956) y un sobrino nieto suyo, Jorge Batlle Ibáñez, hijo del anterior, gobernó asimismo el país entre 2000 y 2005.


Cultura.

La educación:
                “El Novecientos no sólo retomó y amplió el impulso dado por la reforma vareliana a la Enseñanza Primaria, sino que alentó la formidable expansión de la Enseñanza Secundaria que vió crecer su alumnado de un efectivo promedio de 300 en 1887 y 1902 a 3330 en 1916”
(Barrán y Nahum, “El Uruguay del Novecientos” Ed. Banda Oriental)

                “También en el ámbito de la enseñanza universitaria, el Novecientos protagonizó un avance significativo del alumnado (...) de 1903 a 1915, en 13 años, el estudiantado universitario se triplicó, pasando de 4 cada 10000 habitantes durante todo el período 1882-1902, a 9 por 10000 habitantes”.
(Barrán y Nahum, “El Uruguay del Novecientos” Ed. Banda Oriental)
                La laicidad fue aplicada totalmente en todos los ámbitos. Al separarse el estado de la iglesia, incluso se creó la Ley de los conventos (donde se prohibía la reproducción de dichas instituciones) y se quitaron definitivamente los crucifijos de los hospitales.


                La Modernización vino de la mano del sistema político. El uso del autobús o tres urbano era muy corriente, y era símbolo de Modernización. El gobierno tuvo como objetivo mejorar estas condiciones y así logró fortalecer el ejército, extender la educación media, crear hospitales en las capitales del interior, entre otras cosas.
                Montevideo se convierte en la llave del nuevo proceso. Allí arriban, en general para quedarse, los inmigrantes europeos con ansias de lograr el bienestar que se les niega en su tierra y hacia la capital se trasladan sin pausa los criollos, que empiezan a vaciar el campo. En esa ciudad con discreto aire cosmopolita, las clases medias adquieren, por vez primera, un significativo peso. Hay, allí y por esa época, debates de todo tipo: sobre el lugar de la mujer y la ley de divorcio, sobre los derechos sociales y la estatización de algunos servicios. Hay, también, polémicas sobre arte y literatura con un grado de fertilidad y de crudeza hasta entonces desconocido. 


Costumbres.

                Para la sociedad del Novecientos, la moda y las costumbres europeas eran el modelo principal. La elegancia era la característica fundamental de las vestiduras tanto de damas como de caballeros. Las mujeres debían vestirse con el mayor lujo posible, utilizando corset y grandes faldas.
                La vestimenta debía ser apropiada para cada ocasión. Los paseos por la ciudad tienen un tipo de vestimenta específico, e incluso la concurrencia a la playa tenía requisitos pues debía ser decorosa. La elegancia en el hogar era muestra de cultura. Los modelos europeos marcaban tendencias en cuanto a las estructuras arquitectónicas, revestimientos interiores, la altura de las casas y de los techos, los muebles también revestidos a la moda, entre otras cosas.
                "El investigador de la historia de la sensibilidad advierte que hacia 1900 está en presencia de sentimientos, conductas y valores diferentes a los que habían modelado la vida de los hombres en el uruguay hasta por lo menos 1860. Una nueva sensibilidad aparece definitivamente ya instalada en las primeras décadas del siglo XX aunque perviven -tal vez hasta hoy- rasgos de la anterior 'barbarie'.
                Esa sensibilidad del Novecientos que hemos llamado 'civilizada', disciplinó a la sociedad: impuso la gravedad y el 'empaque' al cuerpo, el puritanismo a la sexualidad, el trabajo al 'excesivo' ocio antiguo, ocultó la muerte alejándola y embelleciéndola, se horrorizó ante el castigo de niños, delincuentes y clases trabajadores y prefirió reprimir sus almas, a menudo inconsciente del nuevo método de dominación elegido, y, por fin, descubrió la intimidad transformando a 'la vida privada', sobre todo de la familia burguesa, en un castillo inexpugnable tanto ante los asaltos de la curiosidad ajena como ante las tendencias 'bárbaras' del propio yo a exteriorizar sus sentimientos y hacerlos compartir por los demás. En realidad, eligió, para decirlo en menos palabras, la época de la vergüenza, la culpa y la disciplina.
(...)
 (Barrán - "El disciplinamiento" Ed. Banda Oriental. Montevideo, 1991. p. 11 y 22)




Arte.

                La principal manifestación artística de esta época fue en el ámbito literario. La Generación del 900 fue la edad de Oro de las letras rioplatenses y uruguayas. Como telón de fondo, ha dicho Real de Azúa, se dan en el 900 lo romántico, lo tradicional y lo burgués; y en primer plano, apoyándose sobre ese fondo, las influencias renovadoras.
                Los intelectuales de la época eran autodidactas y se les llamó “intelectuales de café”, porque se reunían allí para discutir sus temas. También existió la cultura del cenáculo, lo que significaba un lugar específico de reunión, como La Torre de los Panoramas, con el fin de discutir, consultarse y escribir.
                Los intelectuales tuvieron una muy fuerte influencia del Modernismo: “El modernismo fue una revolución espiritual y una revolución poética; una revolución que alcanzó a la función misma de la palabra y reclamó de ella valores plásticos y musicales, efectos de color y de sonido, virtualidades de sugerencia y extremos de refinamiento psíquico que van más allá de su sentido primario y directamente conceptual y gramatical.”
                La influencia europea pero sobre todo francesa fue muy importante, al igual que el sentido de lo tradicional y lo burgués.
                Se irradiaba una gran fe en la democracia y en el individuo, además de una fuerte pasión por la libertad. Sin olvidar la fe en la ciencia y el descreimiento en materia religiosa.





Economía

                “Alrededor de 1895 se inicia un período de expansión de la economía mundial que se extiende hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Significó una mayor demanda y el alza de los precios de la mayoría de los productos exportables. A partir de 1986 también las condiciones de crédito –por lo menos para los grandes estancieros- mejoraron con la fundación del Banco de la República.
                En este marco se produjo un crecimiento en la producción; los volúmenes crecieron no sólo por el aumento de los stocks sino también por aumentos de la productividad en carne y lana por cabeza de ganado, debido al avance del mestizaje. Una etapa importante de este proceso comienza con la creación del primer frigorífico (1905). Luego de un período de auge lanero, el mestizaje vacuno acicateado por la demanda y al amparo de la paz interna (1904), se acelera.
                El mestizaje y la instalación de los frigoríficos constituyó el hecho fundamental en la ganadería de este período. La paz y la mayor rentabilidad derivada de los altos precios inducen al desatesoramiento y permite incrementar las inversiones.”
(Millot y Bertino, ob. cit. p. 81)

GENTE ATENTA, Juceca.

Refiladoo Filón era un hombre de lo más atento. Servicial, era. Y la mujer, Agorera, similar. Pa recibir visita, una yunta de lujo, los dos. Cuando veían que un alguien cualquiera se les acercaba a las casas, ya se preparaban pa los agasajos y las atenciones.
A los perros fastidiosos y amigos del tarascón los mandaban pal fondo.
A los divertidos de cola y ladrido de bienvenida, los mandaban a recibir .
A los pollos que andaban por el patio, les tiraban maíz, lejos.
Y baldeaban. Una vuelta, Refilado vio acercarse a un viejito de a caballo, y enseguidita blanqueó a la cal la cocina, podó los ligustros, limpió de tizne al tubo del farol y echó creolina para las pulgas. Cuando el viejito llegó, lo desmontó, le desensilló el caballo, se lo bañó, le revisó las herraduras y lo largó a pastoriear en lo tierno. Recién después lo sentó, al viejito, y le cebó mate.
La mujer; muy brindadora ya tenía puesta una tirita de asado a las brasas y le armó un catre en el rincón de la cocina, picó zapallo pa dulce y le hizo un par de huevos duros. Era un ir i venir sin darse sosiego.
Cuando el viejito intentaba decirles algo, ya estaban ellos en otra cosa.
Ni tiempo a negarse tuvo cuando le pusieron los pieses en un latón con salmuera, ni a parase cuando la mujer dentró a cortarle el pelo y emprolijarle su embrollada barba. Ni tiempo tuvo de decir que no fumaba cuando Refilado le puso en la boca el cigarro de chala ya prendido.
Le golpeaban la espalda cuando tosía el humo.
Si el viejito amagaba con un 'no se molesten", ellos lo frenaban con un "no haga cumplidos tá en su casa", y lo seguían atendiendo sin una mínima desatención, faltaba más y estése cómodo.
Atendido en la prosa, pa evitarle silencios pesados y embarazosos le hablaban los dos, no al mesmo tiempo, cosa de no embarullarlo al viejito. Tenido lo tenían por entretenerlo entre los dos. Pero hubo una falla, un descuido apenas. Donde la mujer esperaba que Refilado colgara una coma, él clavó un punto, ella titubeó y el viejito aprovechó la rendija para colocar:
-De pasada.
La pregunta se impuso y hubo que hacerla.
-¿De pasada qué cosa?
-Yo -dijo el viejito de voz quebrada, descreída de sí pero sin pausa-, yo pasaba de pasada nomas que no daba ni pa desmontar, y ahora via tener que salir a buscar el caballo y ensillarlo de nuevo con el trabajo que me da, y hasta capaz que me desconoce con los pelos recortados, con el sin fin de cosas que tengo que hacer'.
Ni soñar con que lo dejaran molestarse salir a buscar su caballo.
Refilado se lo fue a buscar, pero traerlo no hubo como. Animal de un solo dueño, al tranco se iba alejando del extraño que avanzaba con el mal escondido freno a la espalda. Los agarró la noche en eso. Sin acortar distancia. Refilado lo tuvo que dejar pal otro día. Y pal otro después de aquel en que tampoco pudo. Y así los días, y los meses. De viejo se murió el viejito en aquel rancho, siempre bien atendido. Después eran los comentarios.
-Cuando uno da con gente atenta, es un gusto.
-Es lo que tiene, sí señor.
-Por eso le digo.

Un jabón de regalo de casamiento, Juceca.

Hombre que supo ser flojo de las manos, un tal Bibliorato Yesca, el casau con Quelástima Genuina, que se conocieron cuando ella le pateó el tacho del engrudo en una pegatina pa las elecciones, que Bibliorato era famoso porque donde ponía el ojo ponía la brocha, pero mal, porque era flojo de manos y la brocha se le patinaba.
Un hombre, Bibliorato, que jamás pudo terminar un vaso de vino, porque al segundo trago el vidrio se le escurría entre los dedos y le quedaba el charquito en el suelo.
-A vos, lo único que falta que se te caigan de las manos, son los dedos –le solía decir la mujer, y por las dudas, de tanto en tanto se los contaba.
Un hombre, Bibliorato, que pa ordeñar era una disgracia, y si la vaca no ponía voluntá en la ubre, no había leche en las casas.
Un hombre, Bibliorato, que una vuelta salió al patio pa lavarse las manos en la palangana, y cuando quiso agarrar el jabón, que era un regalo fino de casamiento y con poco uso, lo aprieta así, de mano mojada, y va el jabón y se le patina de entre los dedos y fue a parar como a diez metros.
Va Bibliorato por el segundo intento, se agacha, calcula bien la distancia pa agarrarlo como si fuera un pajarito, y al querer asegurarlo de un apretón, el jabón se le escapa y va a jeder cerca del chiquero de los chanchos. Nunca se supo bien cuántas veces lo quiso agarrar, pero se sabe que fueron tantas como veces se le patinó, hasta que en una el jabón resbaló por arriba de los pastos húmedos, y haciendo sapitos dentró al boliche El Resorte.
Al barcino se le despertó el antiguo instinto selvático y felino, y de un salto abandonó la segura comodidá del mostrador para ver de atrapar aquello.
Pegó una patinada aquel gato, que dio varios giros arriba del jabón hasta que pudo armar el salto y treparse a las bolsas de afrechillo, de lomo hinchado, y justo ahí, el tape Olmedo lo calza con el talón, al jabón, rebota contra el mostrador, y en un quiero y no quiero embocó la puerta y salió como a pasear.
Rosadito Verdoso ya tenía preparado un par de higos pa reventarle a lo que fuera, cuando llegó Bibliorato preguntando si no habían visto pasar un jabón.
-¿Jabón de qué tipo dice usté?
-Del jabonoso, medio alargadito él, importado.
-Importado es todo.
No hubo manera de encontrarlo, porque la Duvija, encantada con su blancura, lo tenía junto al queso duro, nada más que por aparentar manteca, santita.


VICIO, Juceca.
         Asunto serio pa' fumar tabaco, Clotoldino Clotildo, que se colocaba la bombilla del mate de este lado de la boca, en la comisura, y del otro lado el pucho, y de una sola chupada mateaba y pitaba. Y con la zona central del hocico, chiflaba pa' dentro. Un descontrol pa'l humo.--Dicen que el bicho que fuma mucho, es el murciélago.
--Dejó.
--Va quedando el sapo nomás.
--Lo que tiene de malo el sapo, es que traga el humo y no lo suelta, y se va inflando hasta que se vuela y se lo comen los caranchos.
         Pero Clotoldino era un hombre que le fumaba hasta durmiendo, que la mujer se acostaba con un balde de agua junto al catre, porque dos por tres le quemaba las sábanas, que no las podía dar vuelta, porque si las daba vuelta los agujeros le quedaba p'abajo, y el otro cada vez que estiraba una pata por el calambre, enganchaba el dedo gordo y la rajaba.
         Y así como le quemaba sábanas le quemaba los bordes del botiquín o la mesita de luz, porque era de olvidarse el pucho prendido en cualquier lado y prender otro, y así siempre.
         La mujer le hizo de todo pa' que dejara el vicio, pero él decía que era un vicio menor, y que a los menores hay que tenerles una consideración. Pa' que dejara, la mujer le entreveraba el tabaco con ají putaparió tostado y machacado a mortero, le marcaba el rancho con zonas pa' no fumadores, le grababa las primeras toses de la mañana y se las hacía escuchar en el almuerzo, le hacía cuanto tratamiento se conoce, pero no había caso.
Hasta que una noche fue y lo encaró y le dijo:
--Mirá Clotoldino de mi alma, o dejás de fumar o te hago tragar el pucho de un sopapo. Vos verás.
         El hombre le sacó la brasa al pucho con la uña del meñique, lo calzó en la oreja y le contestó a la mujer:
--Lo pensaré.
         Cuando llegó al boliche El Resorte contó todito, y dijo que así no era vida ni pa' él, ni pa' la mujer ni pa'l vicio. Alguien dijo que el problema ya venía de la teta materna, y que era un vicio horal porque pitaba a toda hora. Pero la Duvija opinó que podía ser diferente la cosa.
--Es muy capaz -dijo- que el vicio del hombre no sea chupar el humo sino soplarlo. Lo que habría que hacer, es tratarlo del soplido.
         Pa' que no estuviera soplando sin un criterio, el tape Olmedo le aconsejó que inflara globos pa' cumpleaños, que siempre hay una demanda porque la gente no le cumplirá otra cosa, pero año, le cumple anualmente y en fecha, dijo.
Lo malo fue que después Clotoldino agarró el vicio del globo, y se dormía inflando. Que al final la mujer igual se le fue, porque no había noche que no le reventara un globo en la oreja.



UNA MALA IMPRESIÓN, Juceca.

         Hombre que supo ser una desgracia pa' las impresiones, aura que dice, Menester Deleite, que tenía una mujer más fea que apretarse una oreja con la tapa del sótano. Si sería fea, que un día le mostraron un espejo y no quería creer.
         Menester era tan desgraciau pa' las impresiones, que si veía un relámpago enseguidita se tapaba la cabeza con un poncho, trancaba las puertas y las ventanas (a los ponchazos con las cosas porque siempres se ponía el poncho antes de trancar y después se metía abajo del catre a esperar el trueno, en un temblor).
         Pa'l bicherío menudo era similar. Pa' no tener pulgas en el rancho no tenía perro. Al piso de tierra lo regaba todas las mañanas con creolina, querosén, agua oxigenada y leche de higo negro arrancado en viernes con luna. De tarde no regaba el piso, pero lo quemaba todo con un soplete.
         Una tarde que estaba tomando mate en la tranquera, mira así pal camino, y ve pasar una pulga a los saltitos. ¡Se llevó una impresión aquel crestiano, que enseguidita se empezó a rascar un tobillo, después el otro, después la rodilla, después no daba abasto a rascarse y vino gente de lejos pa darle una mano.
         El día que entró al boliche El Resorte, tomando unos vinos y hablando de la vida y el corazón, taban la Duvija, Catafalco Neutral, el tape Olmedo, el pardo Santiago, el Ataulfo Lilo, y Rosadito Verdoso comiendo higos.
         Justo cuando dentró Menester Deleite, el tape Olmedo estaba fregando un corcho contra una botella. ¡El hombre se llevó una impresión con aquel chirrido que se le cayeron las pestañas! El hocico le quedó fruncido que se lo tuvieron que estirar a mano pa' que pudiera tomarse un trago.
         No se había mejorau del todo, cuando el barcino pega un salto atrás de un ratón y de pasada le peina la nariz con la cola.
         De la bruta impresión, Menester se atacó de estornudos. Cada estornudo le llevaba la cabeza pa atrás y la bajaba de golpe pa' delante, como si estuviera clavando estacas con la frente.
         Volaban las arañas, los naipes, los porotos del truco, se hamacaba la mortadela colgada del techo y en los vasos de vino se levantaba un oleaje que salpicaba pa fuera. Le hicieron de todo pa que parara. Le pusieron el dedo en la nariz como bigote, le hicieron tragar vino boca abajo como pal hipo, le hicieron morder el cuero del cinto, le recitaron poemas pa que se distrajera, y no había caso.
Pa la madrugada, cuando ya venía clariando, el tape Olmedo dijo que eso así no era vida pa naides ni pal vino.
         Dijo: - Pal estornudo, también hay que tener un criterio. Entonces lo agarró, y lo paró de frente a la paré a la distancia justa. Menester echó la cabeza pa atrás pa estornudar, la bajó, y con la frente abrió un boquete que quedó mirando pa fuera. El golpe le sacó los estornudos como con la mano.
         Pero el hombre quedó mirando pa' fuera y lo primero que vio fue un bichito colarau entre los pastos. ¡Se llevó una impresión, que hubo que traer gente de lejos pa´ que le dieran una mano en la rascada!



MAÑA CONTRA ALIMAÑA, Juceca.

         Hombre flojo pa'l bicherío menudo, aura que dice, era el chueco Bonificación Espejo, que de tan chueco, tenía que entrar al rancho de costado.
         Pero era una desgracia el hombre para el bicherío. Donde escuchaba volar una mosca, dentraba al rancho, le atacaba un chucho y no podía cebar mate. De mañanita, antes de preparar el amargo, salía pa' afuera, apuntaba con la bombilla pa'l lado del sol y la miraba por dentro, no fuera cosa que en la noche se le hubiera ganado algún inseto.
         Con el pico e' la pava, similar. Y con las alpargatas, otro tanto. Antes de calzárselas, las tiraba pa' afuera y les pasaba por arriba con un charré que tenía.
Si de noche oía cantar las ranas, se tupía las orejas con tabaco y se envolvía la cabeza con un poncho.
- Qué milagro, don Bonificación - le decían - no tiene algo plantadito cerca de las casas, un suponer...?
- Pa' plantar hay que carpir, y donde uno carpe halla la lumbriz.
         Desde una vez que se mató un mosquito que se le había posau en la punta de la nariz, fue que le empezaron a decir El Ñato. Era como una fatalidá para el bicherío menudo.
         Una guelta estaban en el boliche el El Resorte el tape Olmedo, Cordelino Birome, La Duvija, Martilino Roseto y el pardo Santiago, tomando gaseosa cortada con vino, cuando va y cae Bonificación, nervioso, y les dice que tenía el rancho con grillo.         Mirtilino le preguntó, entonces:
- mucho grillo?
- Pa' mi que uno, pero nunca se sabe.
- Machio o hembra, el grillo?
- Si le digo le miento, don Miertilino - murmuró Bonificación Espejo.
- Si es hembra - aconsejó Mirtilino - lo saca de las casas afilando un serrucho cerca de la puerta. Porque grillo no se mata.
- Y si es macho?
- Afilando una sierra.
         Clavau que era hembrita, porque lo sacó afilando serrucho.
         Lo que sí que tenía el rancho que era un lujo, aquel crestiano. Araña?: ni pa' remedio. Había cercado todo con ajo... pa' la víbora. Una preciosidá de campito el de Bonificación. Hormiga no le hallaba.
         Una tardecita, dende el boliche, lo vieron venir de a caballo, meta revoliar el poncho, grito y chiflido y corridas de un lau pa'l otro. Cuando iba pasando cerca del boliche, Mirtilino comentó que nunca tenía visto paisano tropiando sin llevar nada por delante, y le pegó el grito a Bonificación:
- Se está praticando pa' tropero, o anda mamau el hombre?
- Voy arriando nomás - rispondió Bonificación entre dos chiflidos.
- Desculpe la curiosidá - insistió Mirtilino - pero... arreo de qué?
- Bicho colorau !
         Al otro día, el comesario lo citó a declarar.

MUJER ATROPELLADA, Juceca.

         La mujer de Veoveo Festín tenía fama de ser muy atropellada. Y no en balde. Era raro que al sacudir la cama no tirara algo con la sábana, o la enganchara en alguno de los clavos que usaba el marido de percha. No había mañana que a la pasada por la cocina no le pateara el brasero. Le salpicaba las patas con agua caliente, y arriba los pollos picaban las brasas del suelo y quedaban con los picos mochos. Atropellada pa' cocinar, al dar vuelta la tortilla en el aire dos por tres la dejaba pegada del techo y la tenían que comer con escalera.
- No hagás las cosas a la atropellada, mujer, le decía el marido. Pero era inútil. Si la llamaban de afuera, al salir podía embocar la puerta o nó. Solía atravesar las paredes y aparecer del otro lado sacudiéndose los reboques del pelo, como si nada. Por eso Veoveo se fue hasta el boliche a consultar, y por miedo a que no le creyeran llevó un pedazo de paré de muestra. Lo puso arriba del mostrador, pidió un vino, y cuando le preguntaron pa' qué andaba con aquel terrón contestó:
- En el rancho tengo mujer atropellada. Por no mirar dónde está la puerta, al salir me traspasa la paré como una humedá. Y como le digo al salir le digo al dentrar.
         Rosadito Verdoso dijo que en esos casos lo mejor es darle con un palo en la nuca y mirar pa' otro lado, pero el tape Olmedo, disintió.
- A su rancho lo que le faltan son puertas. Usté va, le hace unas cuantas puertas, y dispués viene y me dice. Difícil que no le salga por alguna.
         El que más el que menos se ofreció pa' dir y hacerle puertas al rancho. Salieron catorce en un carro, y de pasada se tiraron hasta lo de un tal Anacrónico Bosquejo pa' pedirle un serrucho. Cerca de la medianoche, el hombre dormía. Vecino servicial, despertó a la mujer pa' que les preparara unos mates y él se fue hasta el galpón de las herramientas a buscar serrucho. Apareció con un rastrillo. Dijo que voluntá le sobraba pero serrucho no tenía, y que si era lo mismo un rastrillo que se lo llevaran nomás, que hasta el jueves no lo precisaba.
- Lo que pasa, don, es que tenemos que abrir unas puertas.
- Entonces rastrillo no sirve. Lo que ustedes necesitan es serrucho.
- Por eso le venimo a pedir.
- Sí, pero serrucho no tengo. El que puede tener es Paquidermo Grafito, aquí a media legua. Si van de mi parte y tiene, capáz que les empresta.
         Paquidermo Grafito les emprestó, pero pidió que a la vuelta se lo trajeran porque tenía que serruchar temprano. Ya estaban cerca del rancho de Veoveo Festín cuando se acordaron del martillo. Pa' no dir a molestar al mismo vecino le fueron a golpiar a otro.
- Lo venimo a molestar pa' ver si tiene un martillo que nos empreste.
- ¡Mire si son horas de andar jodiendo con martillos!
- Los martillos no tienen hora.
- Pa' pior guarangos.
         Como la caja de las herramientas las tenía abajo del catre, la mujer se despertó.
-Qué andás buscando, los lentes de contacto?
         Les alcanzó el martillo y unos clavos, y allí salieron todos rumbo al rancho de Veoveo Festín. Llegaron cuando estaba aclarando, justo pa' ver a la mujer saliendo por una paré pa' echarle maíces a los pollos. De puro atropellada nomás les tiró unos puñados a las visitas y en lugar de darle un beso al marido se lo dió a Rosadito Verdoso. Como Rosadito jamás había sido recibido con un beso, le regaló unos higos y la mujer se los tiró a los pollos. El tape Olmedo opinó que pa' evitar más atropellos, lo mejor era abrir puertas de apuro y pusieron manos a la obra. Le han abierto tantas puertas al rancho, que al final le dejaron cuatro postes sosteniendo el techo. Pa' la tardecita, la mujer fue a salir, se llevó un poste por delante y techo al suelo. Al tiempo, Veoveo cayó por el boliche y le preguntaron por la mujer.
- Allá está, bien. La tengo como a una reina.
- Con todas las comodidades?
- No, la tengo sentada.



MUSICA, Juceca.

         Asunto serio pa' la música, Frentolín Fermento, el casau con Fermentina Frentín, que se conocieron una mañana temprano que ella salió a ver la puesta de sol y él le dijo que era preferible que esperara a la tardecita.
Ella le salió con que de tardecita el padre no la dejaba salir, porque era la hora en que el viejo tocaba el trombón y ella le tenía que sostener la partitura, que ahí Frentolín le dijo que lo mejor era que se la colgara de una piola, la partitura, y saliera a ver la puesta de sol, pero ella le dijo que el padre se negaba porque el viento se la movía y le erraba a la nota, y no hay cosa pior que trombón fuera de tono. 
         Fue cuando Frentolín resolvió aprender música, cosa de hacerle una visita al viejo y, como bobiando, meterse en la familia, casarse con la muchacha, y después taparle el trombón con cemento armado.
         Como el piano es poco manuable, y trompetas no le gustaban porque nunca quiso ser soplón, agarró pa'l lau de la guitarra, que es cómoda de llevar a la espalda, como la carabina si le ordenan sable en mano.
         El asunto lo conversó en el boliche El Resorte, y la Duvija se emocionó, porque siempre soñó con un guitarrero y cantor que le llevara la serenata hasta su ventana, en noche de luna, con bichitos de luz haciendo guiñadas y ranitas acompañando a coro desde la laguna.
         Mientras se emocionaba y se acordaba de un forastero que tocaba la concertina, que a ella le encantó cuando agarraba aire y se le reflotaban los cachetes y la miraba como gato a la fiambrera, mientras recordaba que le dedicó "Allá en el rancho grande" y se fue sin decir adiós, el tape Olmedo le opinó a Frentolín Fermento:
         Pa' mí -le dijo-, si usté quiere acompañar a ese viejo que toca el trombón, no lo tapa con guitarrita así nomás. Lo que necesita -le dijo- es de la eléctrica, que usté va y la enchufa y le revienta los tímpanos al más sordo y si no sabe tocar ni se nota porque aturde como el trueno, porque el trueno tiene eso, que cuando suena bruto asusta.
         Frentolín consiguió guitarra, pero pa' enchufarla era un lío porque El Resorte carecía de eletricidá. Así que Azulejo Verdoso salió a buscar un alargue. Cinco leguas de cable, pa'l alargue, porque no había enchufe más cerca. Y van y le hacen un puente a las cuerdas, y enchufan. Nadie se animó a tocarla, pero daba gusto ver aquella guitarra con las cuerdas al rojo.
         Esa misma noche hicieron unas mollejas y morcillas pa' acompañar el vinito, y lo invitaron al viejo del trombón. Encantado el viejo, dejó que Frentolín se casara con la hija, porque lo deslumbró con la parrilla elétrica.


Literatura: arte de crear belleza con palabras.

La pluma es la lengua del alma.
Miguel de Cervantes.

El sentido de un poema no está dentro sino fuera del poema, no en lo que dicen las palabras sino en lo que se dicen entre ellas.
Octavio Paz.

¿Quién es el ignorante que sostiene que la poesía no es necesaria a los pueblos? Hay gente de tan corta vista mental que cree que toda la fruta acaba en la cáscara.
José Martí.

Las palabras son las embajadoras del alma, moviéndose desde adentro hacia afuera para servirla.
John Howell.

El amor es literatura escrita en la piel.
Milton Fornaro.